Costumbres populares

Javier
                                                                                                          Foto: Javier Enguita (años 70)

La vida del pueblo estaba organizada principalmente por el trabajo y cada estación del año, tenía adjudicadas varias faenas, que admitían pocas horas libres a lo largo del día: la siembra, la poda, la recogida de la cosecha, trillar, coger fruta, atender a los animales de tiro, tener listas las herramientas, criar cerdos, gallinas, pavos, conejos y palomas. Se sumaban las labores de pastoreo, encender el fuego y proveer de leña continuamente los hogares y las estufas, lavar la ropa, fregar, atender a los chiquillos, la caza, la pesca… Se contaban los días para la llegada de alguna celebración, ya fuera un baile organizado, ya un partido de pelota, tal vez una ronda por las calles del pueblo para agasajar a las mozas y como divertimento de los mozos rondadores, que medían sus dotes como cantadores y se lucían con las letras de canciones más o menos jocosas.

De cualquier forma, las gentes disfrutaban de momentos irrepetibles, donde cualquier excusa daba lugar al regocijo y la juerga. Se cantaba mientras se faenaba en el campo, aprovechaban días festivos para jugar a pelota a mano, los largos días de invierno y oscuridad para esmotar judías, desgranar maíz, esbayar almendras o nueces, apañar aperos y contar historietas al lado de la lumbre, mientras caía la noche y la cena borboteaba en los pucheros. Se apresuraban las mozas con los botijos, algunas veces vaciando el agua del recipiente, para tener excusa e ir a llenarlos a la fuente o al río y salir al encuentro de los mozos que llevaban las mulas a abrevar y, mientras tanto, entablar pequeñas conversaciones. A pesar de la dureza de la vida en el campo, en Cimballa cada momento de ocio se vivía con auténtica ilusión y se disfrutaba de cantes, bailes y festividades en momentos de asueto.

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Desde la derecha: Fulgencio Blancas, Juan Ignacio Gonzalo y Carmelo Blancas
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Partido de pelota a mano en la plaza

 

Pelota a mano: De Cimballa han  salido jugadores de fama nacional.   El juego de pelota ha sido un deporte tradicional en todos los pueblos de la comarca.

Los cimballeros disfrutaban con gran ilusión echando sus partidos a la salida de la misa del domingo o en cualquier rato de ocio. En ocasiones se cuenta que llegaban a jugar descalzos para no desgastar o romper las alpargatas o incluso se las prestaban unos a otros. Los partidos más interesantes se desarrollaban en las fiestas principales, los pelotaris se lucían con su juego y arte, atrayendo en esos días, la atención de muchos aficionados al deporte. Era habitual acudir a los partidos celebrados en pueblos cercanos, Velilla de Jiloca, Maluenda, Monterde y otros en las provincias limítrofes: Guadalajara, Soria y Teruel.

En la actualidad se juega a la pelota en fiestas y casi siempre por jugadores profesionales. Todavía queda algún mozo descendiente del pueblo, que practica este deporte con cierta asiduidad e incluso federado.

Tirar a la balsa a los forasteros, o al menos asustarles con hacerlo. Al mozo de fuera que se casaba con una chica del pueblo le hacían «pagar la manta«, dinero que empleaban los quintos para hacer una merienda. Si el forastero se negaba a pagarla, entonces se le amenazaba con tirarlo a la balsa. Alguna vez se ha llegado a hacer, aunque se trataba más bien de rivalidades en fiestas y en los bailes con jóvenes de pueblos vecinos.

Los quintos eran los que protagonizaban año tras año alguna aventura o pequeña trastada, a veces preparaban meriendas con lo que encontraban por los huertos, muy a pesar del dueño o incluso perseguidos por él o pescando barbos y cangrejos en el río. En alguna ocasión,  subían al granero y saqueaban el contenido de las orzas de adobos o apropiándose con nocturnidad de alguna gallina: Entraban en el gallinero con una vela encendida, las gallinas acostadas en sus palos, quedaban deslumbradas y de esta manera podían atraparlas con facilidad, ayudándose con lazos.

En otras ocasiones ideaban bromas más o menos pesadas, para divertirse un rato, tapaban alguna chimenea o salida de humos con trapos, obligando a los de la casa a salir corriendo de ella, cuando en la cocina se preparaba una buena humareda.

Siguen contando anécdotas sucedidas durante alguna comida popular, en la que los mozos del pueblo añadían algún ingrediente sorpresa en el rancho, con el regocijo general al enterarse de la broma o de alguna apuesta singular en la que los protagonistas hacían valer su fuerza (levantando el yunque), su habilidad o su capacidad de aguante bebiendo a bota o a porrón, mientras cantan alguna jota con más lentitud de la normal (se llamaba echar un rulé), así como su fortaleza de estómago (comer huevos crudos y otros bocados exquisitos sin cocinar, rondas con el orinal como recipiente para la bebida).
En otra ocasión relataban que un tal Norberto era tan bromista que se disfrazó con la piel de una mula y con ella recorrió el pueblo haciendo la ronda, y en otra de las suyas se metió en la cesta en la que, durante las fiestas, aportaban comida para los músicos y apareció en tal postura que al levantar la tela y ofrecer las viandas apareció su trasero desnudo  y en pompa, para susto de unos y regocijo de otros de los presentes.

FiestaCarrePollos

Corrida de pollos. Se popularizaron durante el siglo pasado en la comarca y arraigaron en Cimballa de tal modo, que no había fiestas de septiembre en las que no se celebraran. De igual modo se difundió la melodía repetitiva que animaba a los corredores antes, después y durante la misma.

El comienzo de la carrera estaba precedido por la exhibición de los premios colgados vivos de una pata y atados a una horca, que eran exhibidos por el alguacil. Con gran protocolo las autoridades locales, la banda de música y numeroso público congregado, acompañaban a los corredores hasta la salida. Los hombres en ropa interior, hacían un recorrido de ida y de vuelta, pactado con anterioridad. Se les jaleaba y aplaudía cuando se acercaban a la meta, en tanto que los músicos tocan el soniquete tradicional llamado el Pollo de Cimballa. No se conoce con exactitud de donde procede la partitura de esta tonada, no está muy clara la autoría, ya que los músicos del pueblo la tocaban en varios pueblos y se extendió por toda la zona. (La melodía se puede interpretar de dos formas, coincide en sus dos primeras partes a la que se toca en Milmarcos).

Al ganador se le entregan de premio tres pollos, al segundo dos pollos y al tercero un pollo. Antiguamente dichas carreras despertaban gran expectación en la comarca y había corredores que participaban en las de varios pueblos y eran muy populares y queridos. En cierta ocasión se disputó una en el pueblo cercano de Monterde y como el corredor de Cimballa iba ganando, se interpuso uno de allí, impidiendo su progresión y al final de la carrera el tramposo recibió unas varadas de castigo por parte del defensor cimballero de su deportista local. El desenlace acabó en disputa y el justiciero consiguió huir de un casi seguro linchamiento, gracias a que se subió rápidamente a su caballería y se lanzó al galope. (Ocurrió a principios de siglo).

Copia de DSCF4336Carreras de burros: Muy populares y jaleadas durante años. Se seguía un itinerario dando la vuelta al pueblo para terminar en la plaza. La fiesta continuaba pues los jinetes habían de recoger con la boca, corchos que flotaban en un balde de agua (anteriormente era en una caldera de cobre). Subidos a los pollinos, y en sentido contrario a su marcha, es decir con la albarda hacia atrás, originaban situaciones muy cómicas y grandes aplausos y más de uno acababa remojado y por los suelos, para mayor regocijo de los espectadores. Alguna vez, si el burro era algo arguellado en tamaño y el mozo fuertote, se cambiaban los papeles y la escena resultaba bien entretenida.

Carrera con candiles: Se hacían en ropa interior, cada corredor portaba un candil encendido en la bragueta, lo que daba lugar a un gran jolgorio y diversión garantizados, en tanto que los protagonistas habían de estar atentos para que no se apagara el candil, no quemarse con su mecha e intentar superar a sus contrincantes avanzando para llegar a la meta.

DSC02510El juego de las sillas: Tradicional juego y casi exclusivo de las fiestas. Consiste en hacer un círculo amplio de sillas vueltas hacia afuera, de manera que haya siempre una silla menos que corredores participantes. Al son de los músicos (vueltos de espalda), van rodeando las sillas al ritmo de trote y cuando paran de tocar dando un golpe al bombo, cada jugador busca deprisa una silla para sentarse; el que no lo consigue queda fuera. Así sucesivamente, hasta que solo queda una silla y dos rivales, el que logra sentarse más rápido gana el juego.

Carreras de sacos: Carreras desarrolladas en la plaza donde lo imprescindible era meterse en un saco hasta la cintura y por medio de saltos sucesivos llegar a la meta fijada. Los sacos han de sujetarse con las manos, con lo cual son más que probables las caídas. El recorrido suele ser normalmente, ida y vuelta al frontón.

FiesttLa carretilla: Juego  por parejas en el cual uno hace de guía, y coge a su compañero de los pies y el otro hace de carretilla y va caminando con las manos durante el trayecto marcado.

2005_1010Imagen0065Tirar de la soga: Juego clásico de las fiestas en muchos pueblos. Se trata de marcar una línea en el medio de la plaza, atar un pañuelo en la mitad de la cuerda y a ambos lados situar dos equipos, se suelen dividir en solteros y casados, también versión femenina, y al dar la señal, tirar bien fuerte, hasta conseguir arrastrar a uno de los dos equipos y proclamarse vencedor.

Llenar botellas con agua llevada en buches (con la boca), yendo y viniendo a un balde, del cual se metía la cabeza cogiendo toda el agua posible y corriendo después al otro extremo de la plaza para depositarla en la botella correspondiente.

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Rondar por las casas del pueblo: Un grupo de mozos, ganas de fiesta y provistos de algún instrumento musical (guitarra, laúd, acordeón, clarinete), cantando melodías de ronda, jotas y algún chascarrillo, aseguraban ocasiones para pasar grandes ratos, rondar a las mozas del pueblo y exhibir sus dotes musicales. Algunas veces, se hacían acompañar de un burro al que trataban como si fuera un miembro más de la ronda.

Las rondas servían de lucimiento para algún buen cantador, bien por su voz o bien por sus cualidades como romancero, puesto que muchas de las jotas o canciones que entonaban eran compuestas por ellos mismos y predominaba la jocosidad en las letras.

Se les ofrecía vino, aguardiente, anís, coñac, tortas o magdalenas. En ocasiones, como dejaran la jarra de leche en la ventana o algún embutido de la matanza a la vista, los rondadores aprovechaban bien la ocasión, para hacerse con un premio extra.

Los quintos solían pedir para hacer meriendas. Algunas veces, aprovechando la oscuridad de la noche iban a pescar al río, a «esbardar» huertos ajenos o asaltar algún corral en donde cogían huevos e incluso atrapaban a las gallinas.

Otra modalidad era cuando los mozos salían de madrugada y tenían por costumbre repartir cartas de la baraja a las mozas, dejándolas en el balcón de su casa o en una ventana: dejar una sota si la muchacha era chula y altanera, un caballo si la chica era algo zafia, el as de oros se reservaba a la más guapa.

Cuando se cazaba una zorra, aparte de vender la piel, iban de casa en casa pidiendo «Limosna para la zorra», se contribuía con alimentos o alguna propina y con lo obtenido preparaban merienda invitando a las mozas.

En primavera repartían ramos de flores de almendro, o unos cardos, según el caso, que el padre o hermano atentos a la jugarreta, se apresuraban a hacerlos desaparecer, antes de que los viera la gente del pueblo.

No faltaban las bromas que se gastaban entre jóvenes de Cimballa y de otros pueblos, era muy común que hubiese cierto fanfarroneo y no se perdiera la ocasión de demostrar sus agudezas y tratar de poner en evidencia a forasteros o lugareños que se acercaban a la localidad en fiestas o similares.

«No desprecies las tradiciones que nos llegan de antaño; ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otro tiempo necesitaban saber».   J.R.R. Tolkien.