Tareas cotidianas

Los pueblos de antaño eran casi autosuficientes, apenas necesitaban de algún trueque o compra básica (aperos, animales, telas…) para subsistir, cada familia se arreglaba para hacer las tareas propias de cada momento y siempre se podía recurrir a los vecinos, caso de necesitarlo. Los problemas cotidianos se resolvían a base de imaginación y reciclando una y otra vez los utensilios, ropas, envases y cacharros que había a mano. La faena estacional estaba bien organizada y en cada hogar se esforzaban desde el amanecer, por cumplir sus obligaciones e intentar mejorar la vida, para que los hijos pudieran aspirar a un futuro mejor.

Se hace referencia a los trabajos que se realizaban en el siglo pasado y que hoy en día se han perdido en su mayoría. Nuestro interés es fijar las labores que quedaron atrás y recordarlas en la medida de lo posible, para que las conozcan los cimballeros de ahora y sientan la curiosidad de preguntar a sus mayores y entender cómo era la vida en Cimballa y en otros muchos pueblos de la zona y de qué manera se desarrollaban estas faenas día a día.

Lo más habitual era desempeñar varias tareas: si se dedicaban al campo también tenían algunas ovejas y poseían un colmenar, si salían peonadas en obras públicas o en la construcción, se sacaba tiempo para ganar un dinero que venía muy bien, dado que en Cimballa la extensión de tierras resulta bastante limitada (unas 800 anegadas de regadío). La tarea de esquila o la siega, se compaginaban con llevar las aguas y pregonar (alguacil); atender el bar con llevar la central telefónica o ejercer un negocio de posada y tienda de ultramarinos, tener una carnicería con llevar y traer viajeros, una panadería con ocuparse del pesado y custodia de los cangrejos en verano.

Labrar: Tener una mula era primordial para desarrollar las faenas en el campo, tener dos favorecía grandemente las tareas y proporcionaba mayor rapidez a la hora de acometer las duras jornadas. Por esto, cuando un animal moría, el dueño sufría una importante pérdida que le abocaba prácticamente a la miseria, si no podía comprar otro. Aquí entraba la solidaridad de los vecinos que intentaban entre todos ayudar económicamente a su adquisición. A la mula había que «vestirla» con albarda, cincha, ranzal, collerón, ramal, cabo, manta (de cuadros normalmente). Completar el aparejo con el serón, las algadillas (angarillas), el aladro(arado) o cualquier elemento útil para la tarea a desempeñar durante la jornada. Si había que cavar se utilizaba la legona, si recoger alfalfe o esparceta, se hacía con la dalla bien afilada. Herramientas como el escavillo, la azuela, las chatuelas (tachuelas) nos resultaban familiares por el uso frecuente que se les daba en cada casa.

Las labores del campo en el siglo XX eran muy duras, el labrador debía de estar siempre pendiente de la climatología y aportar todo su empeño en llevar su pequeña hacienda con cierta habilidad y mucho esfuerzo para conseguir que con sus cosechas, se pudiera sacar adelante a la familia o, al menos subsistir, si el año venía malo, ya que había temporadas, que si no eran las heladas eran los pedriscos y si no la sequía persistente.

Las faenas comenzaban con arar los campos y oxigenar la tierra, a continuación hacían los surcos y plantaban a voleo los cereales (trigo, cebada, centeno, avena, maíz), las legumbres (judías, lentejas), «alfalfe» para los animales, remolacha y patatas y con más dedicación las hortalizas. Cuidaban los árboles frutales con esmero (alguien recuerda cómo cogían más de 20 barquillas de manzanas «otel» o peras de invierno de un solo árbol. Se iba a escardar (quitar cardos) en los campos de cereal, para ello se fabricaban un guante, «lua o luga» con piel de cordero que protegía la mano y se ayudaban de una herramienta, «hocete» con mango y acabada en metal curvado, como una hoz pequeña, que fabricaba el herrero.

Hocete

La remolacha fue un cultivo muy productivo mientras existieron las azucareras próximas. Necesitaba ser esclarecida, recogerla y escularla en los meses fríos de invierno. El cultivo de patatas era abundante, su recolección ocupaba varios días en otoño y se vendían llenando grandes camiones.

El tiempo de la cosecha del cereal traía las labores más duras, incrementadas con el intenso calor del verano, se aprovechaba desde poco antes del amanecer para que el día cundiera al máximo y regresar al caer la tarde agotados labradores, jornaleros y mulas.

En el pueblo, la gente que no poseía tierras solicitaban trabajar como «medialeros»,  trabajaban la tierra del amo y la cosecha la repartían mitad para cada cual.

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La siega: Era el trabajo de la recogida del cereal. Se efectuaba por cuadrillas generalmente, (solían venir de la zona de Alicante) y para ello se utilizaba una hoz bien afilada (hace años había hoces dentadas) y una cazoleta de madera que protegía los dedos de la mano izquierda, pulgar e índice, llamada zoqueta. Estaban también los dediles, fabricados en caña, para proteger los dedos uno a uno.

Era una labor muy dura y larga, considerando que se realizaba de sol a sol y en los meses de intenso calor. Al ser tarea importante, debía hacerse con premura, no fuera que se echase a llover o cayera una granizada fuerte y estropease la cosecha. Algunos días, si la finca estaba lejos del pueblo, hacían noche hasta acabar la faena y recoger la mies en su totalidad.

Se amontonaba en fajos atados con vencejos o con truesas del tallo de centeno, que previamente habían estado a remojo en el río. Veinte haces de vencejos hacían un veinteno, era la forma de contarlos. A continuación, los cargaban en las mulas o en carros hasta llevarlos a la era.

Las mujeres de la familia y los niños, se encargaban de llevar la merienda, bien a pie o bien en caballerías, muchas veces recorriendo largos trechos por parajes de difícil acceso y sinuosos caminos. Como el moreno femenino no estaba bien visto en aquella época, las mozas se cuidaban de él, evitando que el sol les diera de frente y cubrían la cabeza con grandes sombreros de paja, pañuelos y manguitos en los brazos. Con calabazas huecas que remataban con un pitorro hecho de caña, hacían recipientes para beber agua durante la jornada. La bota de vino también ayudaba a soportar los rigores de la jornada, echar un trago de vino era una manera de descansar al acabar el surco o de establecer un rato de ocio invitando al que faenaba al lado.

Trillar: Anteriormente a este proceso, la era se preparaba limpiando de cardos y piedras su superficie y allanándola con una piedra circular de gran peso y tamaño (rodillo o rulo), la cual era arrastrada por las mulas y cuya función consistía en dar pasadas por la era e ir nivelando el terreno para poder trillar con más facilidad y sin tropezones.trilla2

La tarea en sí consistía en transportar los fajos de trigo, cebada o centeno hasta la era, repartirlos bien deshechos con horcas de madera, volteando la mies de cuando en cuando, atar una mula o dos al trillo y dar muchas vueltas a la era, con una o dos personas subidas en él para hacer peso. A mitad de la faena se ponían dos hierros curvos en la parte trasera del trillo cuya función era mover y voltear la parva.

Por medio de este largo proceso, el grano se separaba de la paja; a continuación se barría con cuidado la paja, dejando amontonado el cereal, ayudándose con barrastros, rastrillos y escobones. La paja quedaba separada en otro montón aparte.

El siguiente paso consistía en «ablentar» el grano, haciéndolo pasar por una máquina ablentadora; dejándolo limpio de pajas e impurezas y listo para llenar las talegas o costales. En principio tenían una manivela lateral para dar vueltas y se hacía un trabajo muy pesado; posteriormente se les incorporó un motor que facilitó el trabajo y aumentó la rapidez para acabar las faenas antes de que el tiempo estropeara la mies.

Robo: Cajón de madera que servía para medir el cereal y para facilitar el llenado de las talegas y sacos.

Talega: Saco estrecho y largo de tela fuerte, normalmente de lienzo basto, que servía para llevar la mies al granero.

Cuartillas: Recipiente de madera de tamaño menor y con una tabla en el medio, sirve para medir legumbres, nueces y almendras.

Fanega:

Celemín:

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Durante estas tareas, el grano desprendía unas diminutas pajitas, «tamo», que se metían entre la ropa y se pegaban a la piel, produciendo un picor intenso que no se calmaba hasta darse un baño en casa o en el río.

Se llenaban las talegas con el grano y una vez cargadas en las yuntas, se transportaban a los graneros de las casas, hasta su venta o procesado.

Contaban nuestros antepasados, las noches que habían de pasar en las eras vigilando la cosecha, para que nadie pudiera llevarse el resultado de tanto trabajo.

Varear la lana: De año en año, en cada casa se desempeñaba este menester con el objeto de airearla y ahuecarla y que resultase más esponjosa y agradable. Existía el oficio de vareador, hombres que pasaban por los pueblos ofreciendo su trabajo o lo hacía algún miembro de la familia.

Se vaciaban los colchones y las almohadas, se lavaba la lana en el río, se ponía a secar al sol y se colocaba en el suelo encima de una manta grande, y con una vara de fresno se golpeaba repetidas veces hasta esponjarla bien y mullirla. A continuación, se volvían a rellenar y coser y quedaban listos para su uso un año más.

El colchón aumentaba considerablemente su tamaño y a los niños les resultaba bastante complicado subir a la cama, que ya de por sí tenía una altura importante.
PB274842Hacer jabón de tajo:
El jabón hecho en casa se caracterizaba por el aprovechamiento de productos de desecho como grasas animales y aceites vegetales sobrantes en la cocina. Para elaborar el famoso jabón de tajo, que proporcionaba un buen resultado en la colada, se mezclan los residuos con sosa cáustica a partes proporcionales y se calienta hasta mezclar muy bien los ingredientes. Seguidamente se vierte en un cajón preparado para ello y se deja enfriar. Antes de que se endurezca se va cortando con una cuerda en trozos regulares. Siempre se ha dicho que este jabón es el que mejor quitaba las manchas.

Elaboración de conservas y mermeladas:  Los excedentes de la huerta se emplean para echar en conserva y poder guardar estos productos para consumirlos en invierno. El tomate se pelaba y troceaba y se metía en botellas, añadiendo un producto en la boca de la misma. En la actualidad se embotan y se ponen al baño maría. Este mismo sistema se hace para pimientos, tomates, para melocotones o peras. Otra forma de guardar alimentos es elaborando mermeladas: de pera, membrillo y melocotón las más comunes.

vasijaEchar en adobo: Método que consiste en freír el alimento que se quiere adobar y depositarlo en la orza o cacerola, cubriéndolo completamente de aceite.
Se adoban los productos de la matanza tales como: longanizas, chorizos, costillas y lomos; también se emplea este método para los excedentes de la caza: conejo, liebre, perdiz, codorniz, y para aves de corral: pollos y pichones.
Otra modalidad de conserva sería en escabeche, similar a la anterior, pero añadiendo vinagre y cebolla.

Hay que recordar que hasta los años sesenta en Cimballa, no se conocían los frigoríficos y era una necesidad disponer de sistemas de conservación para los alimentos proporcionados con las matanzas de cerdos, cabras y animales de corral, amén de la caza que por aquellos años y antes, constituía una fuente imprescindible para la subsistencia. Los productos cárnicos se oreaban en ventanas o graneros, se secaban en las cocinas cerca de la lumbre, se salaban y se guardaban también en abundante aceite en las orzas de las despensas.

La costura: Era costumbre salir al sol por la tarde y llevar la labor que consistía en coser algún vestido, arreglar descosidos, zurcir o poner remiendos y «pedazos» a la ropa de trabajo, echar mangas nuevas a los jerséis, preparar la ropita para un bebé o coger puntos a las medias. La labor más fina la realizaban las jóvenes costureras aprendiendo a confeccionar su ajuar con tesón, realizando vainicas, crucetas y todo tipo de bordados en sábanas y mantelerías, compitiendo en su elaboración más vistosa y delicada. Se elaboraban pedugos que eran calcetines de lana basta para proteger del frío los pies que calzaban abarcas, también camisetas de lana cruda, y jerséis gruesos y calientes.

lavar-lanaFregar y lavar en el río: Tareas realizadas diariamente. Se elegían lugares apropiados por su accesibilidad en algún recodo más tranquilo del río. Se preparaban acercando piedras para poder frotar en ellas la ropa o para situar los cacharros de cocina. Cada persona tenía su sitio más o menos adjudicado y la tarea se realizaba de rodillas.  Los utensilios como pucheros y cacerolas, se fregaban con esparto y jabón y los «morros» de las cacerolas se frotaban con arena.

Lavar la ropa era una tarea que se hacía en los mismos lugares aparentes del río, muchas mujeres llevaban su tabla de lavar, fabricada en madera, para hacerlo con mayor comodidad. La ropa se tendía algunas veces allí cerca, encima de la hierba, otras se llevaba a casa y se utilizaba una tinaja grande tipo «coción», para blanquearla con ceniza, posteriormente se utilizaría el azulete (pasta de añil en bolas), que dejaba un tono azul claro en la ropa blanca.

El proceso de lavado de ropa mejoró grandemente al construir el lavadero (aquí todavía le llaman lavador). La tarea resultaba mucho más cómoda puesto que las pilas de agua permitían un mayor descanso a la hora de limpiar la ropa, al no tener que permanecer agachadas. Además era un lugar apropiado para tertulias y relatos acontecidos con lo cual ejercía también una labor socializadora entre las mujeres del pueblo.

El proceso de lavado consistía en ir remojando las prendas en el agua de la pileta posterior y restregar con jabón de tajo (elaborado en casa), al tiempo que se frotaba con energía contra las losas una y otra vez. A continuación, se pasaba a la pila del aclarado, la más cercana al chorro de agua y allí se eliminaban los restos del jabón y se escurría bien la ropa retorciéndola varias veces (era importante que quedase lo más escurrida posible ya que así pesaba menos la colada al llevarla a casa). La colada se transportaba en baldes de cinc o de hojalata, con un «rodete» hecho con algún trapo o el delantal para la cabeza y de este modo, dejaban las manos libres para cargar con algún caldero más en el brazo. Se tendía en las eras o en los corrales, sobre la hierba o en cuerdas.

Los trajes de hombre para el día de la fiesta como no se podían lavar, se trataban con un producto llamado Raki. Se humedecía la prenda y después se restregaba enérgicamente con un cepillo, con el objeto de eliminar las manchas y se dejaba secar completamente en el respaldo de una silla.

A zofra:  Trabajo comunal de varios días, que realizaban todos los hombres mayores de edad. Consistía en limpiar el río, arreglar acequias, caminos, puentes, o cualquier servicio que fuera necesario en el pueblo.

Pastores:  Su labor resultaba bastante dura ya que pasaban todos los días en el monte al cuidado de los rebaños de ovejas, soportando las inclemencias según la estación del año. Apenas hacían vida social, debían procurar los mejores pastos llevando a los animales de monte en monte y atendiendo sus necesidades diarias. Conocían a cada oveja por su nombre y llevaban cuenta de todo su desarrollo desde que las ayudaban a nacer. Para el pastor, uno o varios perros eran sus fieles ayudantes que desempeñaban una labor impagable para reunir a las ovejas, desviarlas de peligros y siempre atentos a las órdenes del amo al entrar o salir de los corrales. En su indumentaria no faltaba la manta, el morral o zurrón, un calzado abrigo y resistente para caminar entre la maleza y las piedras y una garrota o cayado.  Su alimentación consistía muchas veces en caldereta de cordero, migas, cecina y embutidos, cocinados por él mismo en el campo. Las ovejas se marcaban «poniendo la mera», se trataba de calentar un pedazo de pez negra y con ella untar una herramienta metálica con las iniciales del dueño o del pastor, marcar a las ovejas una a una y de esta manera distinguir el rebaño propio del resto. Esta tarea se solía llevar a cabo después del esquileo. La llamada «cera pez» se obtenía de la resina del pino y que había que calentar para hacerla más moldeable. Era utilizada impermeabilizar todo tipo de objetos susceptibles de contener líquidos, como odres o botas de vino.

El cabrero o dulero era el pastor de las cabras, generalmente una persona que desempeñaba esta labor «a dula» es decir, cuidaba las cabras de todo el pueblo y se le pagaba entre todos. Recogía las cabras temprano y las devolvía al pueblo al atardecer.

                                Esquileo de ovejas

Esquiladores: Cuadrillas de trabajadores, venidos generalmente de la zona o incluso de otras comunidades, que antes del verano y durante varios días, se ocupaban del esquileo de los rebaños de ovejas. Éste se hacía manualmente con lo que resultaba un oficio muy duro, utilizaban unas tijeras especiales para ello y les trababan las patas a las ovejas para que no se moviesen. Más adelante, con las máquinas eléctricas se facilitó esta tarea, con un gran ahorro de tiempo y energías, amén de agilizar la ardua tarea.

La lana de mejor calidad, una vez lavada se destinaba para hacer colchones y almohadas; se elaboraban en hebras, y con ayuda de telares fabricaban mantas y prendas de vestir (recordar los pedugos, la camiseta de lana, incluso jerséis, mantillas, etc.). Esta tarea resulta necesaria antes de cada verano, para aligerar al ganado y que no pasase calor .

Carboneros:  Venían de fuera cuando se hacía «la corta» en el monte del Mayorazgo.  Permanecían allí hasta rematar las faenas, viviendo en pequeñas chozas y vendían el carbón por los pueblos de alrededor.

Tratantes: Recorrían los pueblos en mulas o burros. Iban a comprar o vender ganado a las ferias comarcales. Otros se dedicaban a comprar pieles de conejo, de zorro, de cabrito, incluso de topo,  lana y cera de abejas . Provenían de la zona de Molina y algunos de pueblos de alrededor como Campillo de Aragón y  Cubel. En aquellos años, pasaban los tocineros con sus características blusas anchas y vara en mano, vendiendo cerdos para cría o para matanzas. En invierno era frecuente que se llegaran a vender cargas de leña y a veces la intercambiaban por legumbres o por fruta.

El vajillero-trapero: Vendía cacharros de cocina y utensilios sencillos, muchas veces a cambio de recoger ropa vieja y trapos en desuso a cuenta.

Quinquilleros (Quincalleros): Solían venir una o dos veces al año en un carromato tirado por una mula, o con una reata de burros; iban de paso y hacían fuego en alguna era, estableciéndose por unos días. Se hacían notar con su cantinela: «Estañador, paragüero, se arreglan pucheros, cacerolas, paraguas, cestos …etc.» Aparcaban en cualquier era o junto al río, ganaban muy poco y pedían alguna gallina, algún alimento sobrante o algunas pocas monedas. Como anécdota recordar que algunas madres amedrentaban a sus hijos, para que no jugaran lejos, diciéndoles que se los llevarían los quinquilleros para venderlos o hacerles trabajar.

Afilador: Su sonsonete característico recorría las calles del pueblo hasta bien entrados los años setenta, primero venían en burro o mula y posteriormente en bicicleta a la cual le adosaban una piedra de manera que, pedaleando, la hacían girar y afilaban toda suerte de instrumentos.

Img_1407Silleros y cesteros:  Manualidades que desarrollaban gentes que recorrían los pueblos y que se hacían anunciar diciendo: «Arreglo culos de sillas, sillones y vendo cestas de mimbre».

Había personas en el pueblo bastante mañosos que hacían estas tareas, las aneas o mimbreras abundaban en la zona, pero en ocasiones venía bien, puesto que faltaba tiempo o habilidad para desarrollar estos trabajos.

En época estival se llegaban de algún pueblo cercano, a ofrecer dichos servicios, reparando sillas y cestas en la misma plaza con esparto o anea, lo cual era toda una exhibición de habilidad.

pregoneroPregonero: Tarea desempeñada por el alguacil del pueblo. Provisto de una gaitilla de latón dorado, tocaba varias veces en puntos estratégicos de la localidad, pregonaba los bandos del ayuntamiento, de la junta de regantes o de algún vendedor que llegaba con su mercancía.
Pregonero ha habido hasta hace pocos días, cayendo en desuso recientemente.
«De parte del Ayuntamiento, se hace saber… «  era la coletilla empleada siempre para los mensajes que provenían del consistorio. El resto solían ser pregones sobre la caza, la comunidad de regantes, los vendedores ambulantes que llegaban al pueblo, etc.

Cartero:  Oficio que se ejercía por alguna persona del pueblo que utilizaba sus propios medios para recoger la correspondencia y repartirla después casa por casa. En la actualidad este oficio lo desempeña diariamente un cartero asignado por la empresa de Correos.

Trueque y comercio: El trueque era la manera más utilizada de intercambio de productos y servicios, extendido entre la gente del pueblo y también con los de la comarca y vendedores ambulantes. El intercambio comercial a principios del siglo XX era escaso, sabemos que en ocasiones se desplazaban a pueblos cercanos, especialmente a Milmarcos, el día de mercado, miércoles, para vender los excedentes de la huerta y del corral (gallinas, patos, conejos), a cambio se adquirían otros: bacalao, congrio, sardinas o algunas telas con las que confeccionar ropa. En dicha población también se desarrollaba una feria importante de productos del campo y sobre todo de ganadería, durante los meses de abril y octubre. Desde Cubel solían venir con cargas de leña para vender o intercambiar por legumbres o frutas, venían carreteros y vendedores de cerdos.

Con posterioridad también eran conocidas y visitadas las ferias de Daroca y Calatayud. Los tratos de cierta importancia se solían cerrar con el alboroque, yendo a tomar unos vinos amigablemente. La expresión de «tente mientras cobras» procedía de que, en alguna ocasión, el avispado vendedor suministraba a las mulas o burro en venta, algún tipo de mejunje para que estuvieran más briosas durante la venta, o se les aclaraban los dientes para que pareciesen más jóvenes.

Durante los años de la posguerra se utilizó la modalidad del estraperlo, que se solía realizar al menudeo.: Personas que se desplazaban (Valencia, Calatayud) y conseguían productos que estaban casi vetados, pasándolos clandestinamente y consiguiendo pequeños beneficios con ello y mucho riesgo. Si cogían a alguna mujer in fraganti, les rapaban el pelo como castigo. Cambiaban garbanzos o judías por aceite, azúcar, jabón o pan blanco, dependiendo de las necesidades de las familias. Incluso escaseaban los tejidos cuando la contienda se recrudeció en Cataluña y algunas gentes hubieron de vestirse con telas de saco o talegas en alguna ocasión. Cuentan que salían por la noche campo a través, a algún molino cercano(Calmarza) y regresaban al amanecer, evitando los caminos que estaban más vigilados, para traer unos sacos de harina recién molidos y una vez en casa, ayudados por un torno, separar la harina del salvado para obtener un producto más fino y elaborar pan blanco.

El ingenio de las gentes de los años de escasez propició que se buscasen alternativas alimenticias en los productos silvestres para completar los menús: se comían algarrobas, se buscaban cardillos, se cocinaban pajarillos, topos, lagartos…

Se criaban cerdos con los desperdicios de las casas (pieles de patatas, de manzanas, de calabazas) y con pastura, hecha con harinas y agua, para sacrificarlos y alimentarse, aunque solo consumían las partes menos nobles, mientras que el resto (lomos, jamones) se vendían o se cambiaban por otros productos de primera necesidad. Con las gallinas era algo similar, pocas familias comían pollo, acaso en celebraciones y se aprovechaban de los huevos durante varios años.

Pasada la época de escasez, comenzaron a abrir varias tiendas de comestibles en el pueblo, hasta cuatro tiendas a un tiempo, en las que se despachaban todo tipo de productos a granel y a pequeña escala y en donde era muy común vender de fiado.

Se guardaban las pieles de conejos y de zorros cazados y se vendían a los que venían a comprarlas desde Campillo o de alguna población cercana, también compraban vinagre y la cera sobrante. Uno de los aludidos se conocía por «el semanero», por la periodicidad de sus visitas.

Los últimos intercambios en especie, datan de hace cuarenta años cuando, en la venta ambulante, se cambiaban naranjas por patatas e incluso prendas de vestir por miel o judías.

Casino: Con esta denominación surgió un lugar de recreo, donde sólo podían entrar los socios. Se hizo así, por iniciativa del mayorazgo y a consecuencia de la época que se vivía, anterior a la República, en la cual había dos bandos.

Eran varios lugares en donde se preparaban bailes, casi siempre en domingo o festivos, allá por los años treinta, los mozos se dividían en varios grupos, según afinidades, y cada cual organizaba el suyo. Se cuenta que en uno de ellos existía una gramola.

Bares: Había una pequeña cantina en la plaza, a principios del siglo pasado, posteriormente, hubo varios negocios de bar, coincidiendo en el tiempo hasta tres abiertos.

Posada: Cimballa ha tenido posada durante casi un siglo. Eran negocios que, como los bares, se llevaban en régimen familiar y se heredaban de generación en generación.  La última se cerró a finales de los años ochenta.

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Fragua similar

La fragua: Estaba situada en la parte posterior del Ayuntamiento (lugar que ahora ocupa el pabellón). Su principal faena consistía en herrar a las mulas y burros, hacer pequeñas reparaciones en los aperos de labranza y en algunas rejas de ventanas y balcones. El pago se solía hacer en especie (fanegas de cereal) o marcando muescas en una caña cada vez que se hacía un trabajo y al finalizar la temporada, se saldaban las cuentas.

El yunque, el martillo para moldear, el mallo para golpear, tenazas para sujetar la pieza, un gran fuelle, eran todas ellas piezas principales en las herrerías.

Con la llegada de los primeros tractores a Cimballa, el trabajo en ella menguó notablemente, los burros y las mulas fueron reduciéndose y pocos años después, se dejó de utilizar ya que su principal cometido había desaparecido.

La escuela: Como era habitual las escuelas eran conocidas como Escuela Nacional de Niños y de Niñas. De obligado cumplimiento era que el maestro se ocupara de los niños y la maestra de las niñas. El oficio de los maestros no llevaba aparejada más que una escasa asignación, por lo que era habitual que las familias les obsequiaran con productos de la huerta o del corral.
Los alumnos solían aprender lo justo para desenvolverse en lectura, cuentas, las cuatro reglas, mucha religión e historias con moralina y poner buen empeño para conseguir que la caligrafía fuese lo más esmerada posible (solo tenemos que prestar atención al cuidado y tipo de letra que utilizan los más ancianos del pueblo).dscn1843

libroNo queda demasiado lejos recordar las mesas inclinadas con hueco para el tintero de porcelana, los estuches de madera con sus lápices y su plumín, los largos recitados de los personajes de la historia sagrada, las enciclopedias Álvarez, que traían todas las asignaturas juntas, el catecismo, el libro de lecturas; aquel compás gigante de madera que rayaba el encerado, el eterno mapa de España que perdura de fondo en las fotos de los antiguos alumnos; la estufa de leña que había que prender a primera hora, no sin cierta dificultad; los coscorrones, los castigos de cara a la pared con las manos en cruz, sin recreo, sin comer incluso en otras ocasiones, el bullicio y los juegos en la plaza.

Y plantados en los años sesenta, el sabor inequívoco de la leche en polvo americana tomada por obligación, puesto que íbamos bien servidos con la de las cabras que cada familia criaba.

Las enseñanzas aprendidas casi de memoria de puro repetirlas, las fábulas de Iriarte, y Samaniego, que educaban en el comportamiento e inducían con sus buenos ejemplos y consecuencias al buen obrar y la necesidad de tomar al pie de la letra aquellas instrucciones.

Remontando a nuestros abuelos explican que cada niño portaba una lata o bote de latón con una especie de rete o pequeña rejilla, rematado por un asa de madera (los fabricaba el herrero), en el que traían brasas para calentarse durante las clases, años antes de colocar estufas de leña en las escuelas.

Botica: Hasta la designación de médicos por pueblo, la botica y servicio más cercano estaba en Milmarcos. Hasta allí se desplazaban en su busca yendo en mula y sorteando no pocos peligros, cuando realmente hacía falta el servicio de un médico o medicamentos.

Posteriormente el médico asignado llevaba varios pueblos de la zona, atendiendo dos veces por semana y urgencias.

Era costumbre pasar mensualmente “la iguala”, pequeña cantidad de dinero a desembolsar por cada familia, que complementaba el sueldo del médico, práctica que no desapareció hasta entrados los ochenta.

Barbero: Desempeñaban su labor para completar los servicios básicos en el pueblo. La mayoría de las veces se ofrecía el trabajo junto con el de boticario y aparte de cortar pelo y afeitar, sangraban a pacientes enfermos sacaban muelas y realizaban pequeñas curas o entablillados. Muchos años atrás, se convocaba la plaza de practicante-barbero, con asignación de un sueldo mínimo y el resto lo pagaba el cliente ajustando cada mes. Algunos clientes ajustaban por un mes el afeitado a navaja y el corte de pelo. Conocimos al último que hacía de barbero y peluquero, que trabajaba detrás de un biombo en el mismo bar que regentaba.

Pequeñas urgencias: Puesto que el médico había que ir a buscarlo a varias horas en mula o burro, en algunos casos, se hacía necesaria una persona para pequeñas curas y para que atendiera los partos, siempre había alguien más capacitada y que hacía las veces de curandera para dolores de tripas, luxaciones y heridas poco profundas, que preparaba infusiones y ayudaba con su mejor voluntad a cualquier hora del día o la noche. Los pequeños inconvenientes se solucionaban con buena voluntad y siguiendo los consejos de ciertas personas de edad que utilizaban algún cocimiento de hierbas (dolores de tripas o de muelas), algún emplasto para heridas y lumbalgias, o alguna solución casera: barro para picaduras, aceite para quemaduras, leche para dolor de oídos, etc. La última partera de Cimballa, la tia Anacleta, trajo al mundo a una generación de chavales, hasta entrados los años setenta. Anteriormente, estuvo la tia Jacoba desempeñando esta labor. Milmarcos era el pueblo de referencia para ir a buscar al médico en caso de necesidad perentoria. A partir de ahí, Calatayud es el hospital de referencia.

2007_0305Imagen0095ColmenaColmenas: Casi todas las familias del disponían de sus casetas «hornos» en donde asentaban y cuidaban sus abejas productoras de miel. Consistían en una sencilla construcción del   tamaño de una habitación de forma rectangular de unos seis o siete metros cuadrados, en una sola planta y con tejado inclinado a una vertiente y suelo de tierra.

En una de las paredes laterales se sitúan los llamados “armarios”, huecos de un metro aproximado de ancho y algo menos de alto y profundidad; cada uno está destinado a un enjambre de abejas y en cuyo interior van trabajando a lo largo del año, formando los panales longitudinalmente y muy pegados unos a otros, colgándolos desde el techo.

En el exterior de la referida pared se encuentran unas pequeñas aberturas para que las abejas entren y salgan con holgura suficiente pero no tanta, como para que puedan colarse los ratones u otros animalillos de pequeño tamaño.

La recolección de la miel tiene lugar antes de la primavera. Al estar las referidas casetas en el monte y algo alejadas del pueblo, el episodio de “ir a catar” se convertía cada año en un ritual festivo en donde participaba toda la familia y se disfrutaba de un día agradable de campo, rodeados de tomillos, romeros, aliagas y carrascas. Se dirigían hacia el lugar montados en mulas, a veces el camino se hacía penoso cuando discurría por las laderas y el sendero era demasiado estrecho. Una vez allí,  el “catador” hacía un fuego para preparar la comida (solía hacerse rancho) y para poner a quemar en él trozos de excremento de vaca, de modo que al calentarse producían un humo espeso, estos trozos se depositaban en cada “armario” y resultaban ideales para que las abejas se confundieran y no mostraran demasiada agresividad, durante la recogida de la miel. De esta forma se iba cortando cada panal con cuidado, ayudado por un instrumento metálico alargado y con forma de espátula en la punta «catador», dejando las últimas brescas más al interior, como alimento de las abejas hasta el año siguiente. Una vez acabado el proceso, se cubría el armario con varias tablas y sellaban las ranuras con barro.  Normalmente la labor se desempeñaba sin apenas protección, acaso un guante o un gorro para evitar que las abejas se enreden en el pelo.

La miel producida suele ser de romero, puesto que abunda por la zona, también recogen polen de los almendros de alrededor y de los cerezos.

Durante el año se prepararan los enjambres, seleccionando la reina y cuidando de las abejas para que tengan alimento en los inviernos más crudos y evitando ser atacadas por especies invasoras.                                                                                                                                                                                                                                

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Recipiente para preparar enjambres
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Catador: Lanceta para cortar panales

No acababa aquí la tarea puesto que la miel llegaba a las casas en orzas o vasijas, mezclada con la cera, entonces comenzaba la tarea propia denominada: Sacar la miel, que consistía en volcarla al coción, una tinaja de boca ancha y poca altura con una espita para salida de líquidos. Se ponían dentro los panales que, previamente habían sido bien aplastados, tapando el desagüe, y se dejaba que recibiera un suave calor; la miel, más densa, caía y la cera flotaba, al destapar iba fluyendo despacio y los restos de cera quedaban dentro. La miel se guardaba para consumir más adelante y con la cera fabricaban velas a mano; cuando sobraba venían a comprarla desde Campillo o pueblos cercanos.

En el proceso de lavar la cera con agua, se obtenía el aguamiel, una bebida extremadamente dulce, ideal para elaborar mostillo (ver en Recetas).

Este recipiente se preparaba en el monte para acoger a los jabardos que eran los enjambres que producía una colmena y que había que separar para formar otra nueva. De este cuévano se pasaban a otro más pequeño hecho de paja, con un mimbre abierto por la mitad; y en ese proceso se agitaba suavemente para invitar a las abejas a abandonarlo. El colmenero ha de saber con exactitud cuando es el momento adecuado y guiarse por el color que tiene la grojera, que es el hueco recubierto y puntiagudo en donde se está haciendo la futura reina y que las abejas alimentan de forma diferente que a las demás crías. Cuando hay reina nueva es el momento de pasarla, junto con un puñado de abejas que la rodean y protegen a otro recipiente. A veces solían dedicarles alguna cancioncilla del tipo: «Subid abejitas, subid y veréis, la casa nueva donde vais a vivir». En un principio para estas tareas se utilizaban troncos huecos, después se fabricaban con caña y barro y posteriormente con mimbre y cuerda.

matanza-cerdo_sepia02okLa matanza del cerdo: Aunque esta costumbre ha desaparecido hace tres décadas, la matanza ha sido siempre en el pueblo una manera de proveer a las familias de un buen sustento para pasar el año. En cada hogar se criaban animales para consumo: gallinas, conejos, palomas, cabras, pero el cerdo se cuidaba con esmero porque proveía de carne para todo el año.

Cuando llegaban los meses del frío y la temperatura resultaba ideal, se llevaba a cabo esta tarea, habiendo seleccionado previamente a los animales más apropiados. Participaba toda la familia durante dos días o más en las múltiples labores.

La actividad comenzaba temprano, el matachín llegaba con la cesta que contenía todas las herramientas necesarias para su trabajo.  En la casa ya se había hecho un gran fuego y en el hogar hervía la caldera de cobre con abundante agua caliente.

Ayudado por varios hombres y provisto de un gancho en forma de S, el matachín acerca al cerdo hasta el artesón o la artesa colocada boca abajo, se le sujetan las patas y se procede a su sacrificio. Se recoge la sangre en una terriza, dándole vueltas con la mano para impedir que se coagule y recogiendo los corajes. A continuación, se da la vuelta a la artesa y se pasa a escaldarlo dentro de ella, con el objeto de facilitar el trabajo de pelar la piel con cazoletas (mango de madera y un pequeño semicírculo de metal) y eliminar el pelo totalmente, terminando por acercar una aliaga encendida para socarrarlo y dar un último repaso a la piel (radido), para limpiarla de impurezas. Posteriormente, se cuelga pasando una madera (camal) entre los tendones de las patas traseras del cerdo.  En alguna casa incluso había un agujero en el techo para tal fin. De esta manera el vaciado y despiezado del animal resultará mucho más sencillo. A todas las tareas posteriores se les denominaba: «hacer el mondongo»

El “menudo” (tripas del cerdo), se lleva al río para lavarlo y de vuelta en casa, se vuelven las tripas (intestinos), y se rascan con una cuchara, eliminando pieles sobrantes y desechos (camisa) y se guarda la tripa fina resultante a remojo en sal y vinagre. Al día siguiente está lista para hacer los embutidos.

Se elaboraban las morcillas y los fardeles siguiendo las recetas tradicionales aprendidas a través de generaciones. Las abuelas o personas de más edad, iban dirigiendo las faenas, condimentando con especias la carne, una vez picada en la máquina capoladora, mezclándola a partes proporcionales y amasándola con esmero.

Las morcillas se fabrican cociendo arroz y friendo cebolla en grasa de cerdo, mezclando ambos con sangre del animal y haciendo una pasta con la que se rellenan las tripas más gruesas y se atan fuertemente por los extremos. El paso siguiente consiste en ponerlas en la caldera con agua a cocer bien despacio, pinchándolas con una aguja “saquera” para que no se rompan y suelten el aire que podría estropear su secado posterior.

Para elaborar los embutidos, chorizos, longanizas y güeñas se “capolaban” (triturar) las carnes y el tocino y se amasaban mezclándolas con especias.

El hígado del cerdo, una vez cocido y troceado, se le añadía pan, cebolla y la grasa de freír “chichorretas”, para hacer los fardeles.

Los solomillos, lomos, jamones y blancos, se “echaban en ajos” (mezcla de ajos, agua y abundante sal). Una vez terminado cada proceso, los productos se subían al granero para colgarlos y orearse y facilitar su secado posterior. Resulta impensable que en aquella época no hubiese una sola casa que no dispusiera en su despensa una buena reserva de orzas con chorizos, costillas y lomos en adobo, amén de los perniles.

A pesar de las costosas faenas, el bullicio y la alegría de estas reuniones eran la nota dominante y hacían que fuera un día especial. La familia y allegados, se reunían para tomar unas pastas y anís nada más sacrificar al cerdo. El menú de ese día consistía en una comida a base de patatas cocidas con migas y magras fritas de la matanza. Los chiquillos deambulaban por los alrededores y se les obsequiaba con la vejiga del cerdo bien inflada, que resultaba un balón bien resistente aunque irregular.

Panadería: Se recuerdan varios enclaves dedicados a esta finalidad, uno de ellos todavía conserva su nombre en el pueblo. La masa se elaboraba en cada casa, y una vez preparada se llevaba en cestas al horno, allí se moldeaban los panes y se colocaban en la panela (madera plana), desde allí se ponían en la pala de meter al horno. Además de elaborar el pan a diario, se hacían tortas, magdalenas, mantecados y otros dulces (sobre todo en fechas cercanas a las fiestas o celebraciones familiares).
Era costumbre que las mujeres de cada casa, dedicaran varios días antes de fechas festivas señaladas, a elaborar sus propios productos en la panadería y dar una pequeña parte de lo elaborado en pago (a esta acción se le denominaba pagar la poya). Utilizaban un cañador para aplastar la masa y hacían una señal para identificar cada una su pan (cañados: eran panes extendidos y marcados con las manos). Se elaboraban también magdalenas, mantecados, tortas de varias clases (con azúcar, rellenas, con uva negra).
Durante la posguerra el pan que se solía comer era pan negro, elaborado con centeno. En algunas familias se molía trigo a escondidas, incluso en molinos de otros pueblos y con nocturnidad; y una vez en casa se limpiaba la harina para luego cocer pan de mayor calidad y mejor sabor.

Harinal: Hueco escondido en una pared de la casa o del granero, que se utilizaba durante la guerra y después, para guardar legumbres, grano y otros alimentos, evitando en la medida de lo posible, el continuo expolio a que sometían a los vecinos, por los que venían a recoger alimentos para las tropas y más adelante a causa de la requisa de productos que efectuaban en todas las casas y que obligaban a agudizar el ingenio buscando escondites inverosímiles.

Lagar: En un principio eran propiedad de cada familia, con el tiempo quedó solo uno de uso comunal, en el cada vecino elaboraba sus propios vinos. Llevaban la cosecha de uva en cuévanos de mimbre y tenían días concretos, asignados para tales menesteres, se pisaba la uva y se dejaba fermentar. Mientras tanto, preparaban las cubas en donde guardarían el vino, dejándolas a remojo en el río, durante varios días para limpiarlas bien por dentro. Los lagares estuvieron en activo hasta los años 80.

Carnicería: Se abastecía de carne local, corderos y cerdos principalmente, eran los productos puestos a la venta y en su mayoría elaborados por los dueños del negocio. Antiguamente se utilizaba una caña en donde se hacían muescas hasta llenarla, era cuando se contaban y se abonaba el dinero sumando las muescas. El último negocio cerró en los años noventa.

Molinos: Hubo dos molinos harineros. Se elaboraba harina con el grano que cada cual llevaba de su propia cosecha, tanto del pueblo como de los alrededores. El cereal era transportado en sacos o talegas(costales) y recogían el equivalente en harina. El pago al molinero solía ser en especie (grano o harina) se denominaba «pagar la maquila». Se dedicaban a moler cereal para consumo animal. El molinero normalmente vivía en el molino con su familia.

perdigana La caza: Cimballa siempre ha sido un lugar donde cazar resultaba un complemento extraordinario para la economía doméstica. Hace tiempo se llegaban a capturar ciervos en sus montes. Sin embargo, lejos quedan aquellos días en que los cazadores llegaban a sus casas al anochecer, habiendo cobrado tal cantidad de animales que llenaban las despensas durante bastante tiempo y se podía disfrutar de una gastronomía muy variada y rica en la zona (Se hacían escabechados de liebre, conejo, perdiz y paloma torcaz. Muchas veces y aún contraviniendo las normas, era habitual tener un «bicho» (comadreja) o una pareja de ellos en la casa, para facilitar la caza, haciendo salir de su escondrijo a los conejos. Asimismo, se hacía uso del «perdigacho«, como reclamo en el monte.

La pesca: El Piedra es un río donde la pesca siempre ha sido copiosa. Las gentes del pueblo han aprovechado la abundancia que les proporcionaba su caudal de aguas limpias donde la riqueza de sus barbos, truchas y especialmente el cangrejo autóctono, ayudaban a que la economía mejorase con unos ingresos extras (pesca del cangrejo) durante la época veraniega y que las mesas disfrutaran de estos manjares. Incluso había quien cogía topos y ranas, para ampliar su menú.
En principio se pescaban barbos y madrillas utilizando redes o trasmallos que ataban de lado a lado del río para después empujar al pescado a caer enredados en ellos. La pesca del cangrejo también era libre, se capturaba ayudándose de cestas y metidos en el río, a mano descubierta o utilizando nasas y garlitos.  Más adelante, este sector se reguló y había que respetar las vedas y sacar una licencia para poder pescar durante los meses autorizados.

La pesca del cangrejo ha sido durante muchos años la verdadera seña de identidad del pueblo, de hecho, a Cimballa se le apellidaba “el pueblo de los cangrejos” o los cangrejeros. Relatan que hasta el rey disfrutaba de este manjar, puesto que la mayor parte se llevaban a vender a Madrid.  En el siglo pasado se llegaron a coger 2000 kg. por temporada.  Era frecuente su pesca utilizando garlitos de juncos, con nasas dejándolas unos días dentro del cauce, con cestas o barquillas metidos dentro del río y metiendo la mano en sus «covaleras». Los cangrejos se iban guardando en recipientes de paja con su correspondiente tapa. La pesca propiamente reglada se hacía utilizando reteles.

Garlito: Trenzado de juncos, mimbre o similares que suele tener forma cilíndrica, disminuyendo su tamaño y que servía para coger cangrejos, poniendo en su fondo un trozo de sardina rancia o similar. Los fabricaba el mismo pescador y se depositaba en lugares estratégicos donde la corriente de agua era más favorable. Ayudándose por un palo largo, acabado en gancho, eran izados hasta la orilla. La gente respetaba los garlitos ajenos. Los cangrejos se guardaban en canastos, escondidos en el río, hasta su posterior venta o en recipientes de paja debidamente confeccionados y tapados.

Nasa: Hecha de juncos, de forma similar al garlito, acaso de mayor tamaño, utilizada para la pesca libre en el río o los regachos.

Retel: Consiste en un aro de hierro, con hilo de algodón trenzado y haciendo dibujo de red con forma de V.

Era todo un arte que cada pescador tejiera con madejas de algodón sus propios reteles, confeccionando la red, ayudado por un pequeño huso, y rematándolo con un plomo. En el diámetro del aro, un cordel sujetando el imperdible donde se pinchaba un trozo de carne, que hacía de cebo y se conocía por el nombre de ración y finalizando con una cuerda larga de unos tres metros o más, suficiente para lanzarlo desde la orilla del río hasta sus profundidades.

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Retel para pescar cangrejos

La pesca a retel estuvo muy extendida en Cimballa durante años, hacia 1970 se produjo casi la total extinción del cangrejo por lo que a partir de ahí fue prohibida. Se practicaba en los meses de verano. Cada persona, poseía su acreditación o licencia. Las normas indicaban el número de reteles (ocho por persona), la separación entre ellos al arrojarlos al río, la distancia entre pescadores y el tamaño de los cangrejos (más de ocho centímetros). A partir de las ocho de la tarde estaba prohibido pescar, ya que por la noche caían más.

Instrumentos imprescindibles para la tarea eran: El retel, la horcacha palo largo con forma de Y griega de unos 140 cm. de largo, cuya función era la de deslizar sobre el palo la cuerda para sacar los reteles del agua, el bote (atado con cuerda al cuello para dar el reo (dar la vuelta a los reteles y guardar los cangrejos obtenidos), el talego, confeccionado en tela y mojado para que estuviesen frescos los cangrejos, la ración, que consistía en trocitos de carne, pescado, sobras, etc. (hígado, carne seca de caballo o vaca, madrillas, carne de gato o conejo a veces) y una caña de 8 centímetros para comprobar la medida correcta y devolver al río los ejemplares pequeños. Al regreso, se llevaban a vender a las personas encargadas de intermediar (gente del pueblo), que a su vez los depositaban en las pesqueras, hasta que venían los compradores a recogerlos. Los años sesenta fueron los más productivos y antes de que la afanomicosis los exterminara casi totalmente, se llegó a pagar mil pesetas por kilogramo, lo cual suponía unos interesantes ingresos para la población.

Era muy común la pesca de barbos y madrillas con cestas y posteriormente a trasmallo y la pesca de trucha común (con caña). Hace un siglo, el tamaño de algunas truchas doblaba en longitud y peso a las que se pescan ahora.

Llegado el verano el río, aguas arriba del pueblo, sufría la sequía de tal modo que, las gentes acudían con cestas o barquillas a coger peces y cangrejos en las charcas que quedaban sin secar.

La recogida de caracoles es un clásico en Cimballa, sobre todo después de las tormentas, que es cuando salen a comer cerca de las acequias y ribazos («En abril para mí, en mayo para mi hermano, en junio para ninguno»).

Espliego: En la década de los setenta, hubo un gran interés por la recolección de espliego. Venían compradores durante el verano y las gentes del pueblo, durante varios días, se dedicaban a subir al monte provistos de hoces, para recolectar y acarrear fajos de esta planta y obtener algún ingreso extra con ello. Los primeros años incluso había una gran caldera cerca del Batán, en donde se cocía para extraer su esencia allí mismo.

Tejar: Situado en el paraje que lleva su nombre, fabricaron tejas hasta la década de los cincuenta y posteriormente pasó a denominarse así, a la acequia con forma de T, que hacía de abrevadero para las ovejas, situada en dicho enclave. En la actualidad queda una pequeña fuente con una zona de recreo.

Los adobes se hacían en cualquier paraje, solían apostarse en la margen derecha del camino de la fuente, La materia prima para fabricar adobes era bastante fácil de obtener ya que se hacían con paja y barro arcilloso, que una vez bien mezclados se distribuían en moldes rectangulares y dejaban secar al aire libre hasta adquirir una consistencia dura. En ocasiones los elaboraban en el mismo lugar en donde se construía la casa o el corral.

La teja requería un proceso de fabricación algo más complejo, puesto que necesita de arcilla de mayor calidad y una preparación más especializada para darle forma curvada, utilizando un molde de madera, además de un horno donde adquirir la dureza precisa.

Carbón: Se producía en el monte, a base de ramas de chaparra. La faena consistía en apilar leña fina de carrasca y hacer como una montaña, tapándola con tierra para que se quemase despacio durante varios díasy prendían fuego por varios puntos de la parte inferior. Se dejaba apagar esparciéndola hasta enfriarse totalmente y se guardaba en sacos como combustible para encender los hogares, las estufas y los braseros y para comerciar con ella en otras localidades. Los carboneros venían de fuera de la provincia con sus familias, pasaban una temporada en el monte haciendo su trabajo. Para ello, pedían permiso a los dueños del monte, el Mayorazgo y allí mismo, montaban sus tiendas durante los días que durase la faena.

Caleras: En ciertas zonas del municipio, todavía se puede apreciar bases circulares de piedra, que pertenecían a los antiguos hornos utilizados para la obtención de cal.En algunos de ellos trabajaban hasta seis personas. Uno de ellos estuvo situado en el Paso de la Boquera, un alto en mitad del camino del monte de La Cantera. La cal servía para cimentar casas, demostrando su resistencia al paso del tiempo. El método de obtención consistía en extraer rocas sedimentarias calizas, ricas en carbonato de calcio, machacarlas y cocerlas en hornos alimentados por carbón o leña, a temperaturas superiores a 900º, para obtener la cal viva. Se apagaba con agua para producir la llamada cal apagada o hidratada. Este tipo de cal se empleaba en mampostería mezclando una parte, con tres de arena y cinco de agua fría. Como dato anecdótico relatan que los guijarros arrojados a la calera, se calentaban tanto que adquirían una consistencia casi transparente y muy brillante.

Fresquera (nevero): Hubo una cueva, hoy hundida, situada en la parte baja del monte del Picazo, que servía para estos menesteres. Se introducía nieve en cantidad y se utilizaba para conservar carne. Cada familia llevaba un recipiente la «carnera», de fabricación casera, hecho en madera o con rete, a modo de jaula grande y con una anilla en la parte superior para transportarlo. Cada cual tenía puesto el nombre de la persona y todos se depositaban allí con el objetivo de que el excedente de carne se conservara en las mejores condiciones. Dicha fresquera o cueva se cerraba con una puerta metálica.

Cine ambulante: Alguna vez al año aparecía un cine ambulante para ofrecer alguna película y entretener a las gentes durante unos días. Al principio se mostraba en la plaza, con el frontón de pantalla, tapado por una sábana y más adelante ocupaba el local conocido como salón, donde cada cimballero, venía con su silla traída de casa, disfrutaba de un largometraje en el que había al menos dos cortes para cambiar la cinta, momentos aprovechados para vender boletos de algún pequeño sorteo, pregonando su «otra gutifarreta».

Recuerdan algunos de nuestros mayores haber asistido a alguna obra de teatro, representada por titiriteros que llegaban al pueblo ofreciendo un poco de entretenimiento y diversión. En el apartado de Cultura Popular», hemos hecho referencia a los teatros que las gentes del pueblo representaban para la Navidad, preparando la representación del nacimiento de Jesús. Cuentan que había dos obras, una corta y otra más larga y con más actores.
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Barranco de los Degollados: Era el camino utilizado por los tratantes de ganado y para los que iba a las ferias de Daroca o de Calatayud.  En el camino solía haber una venta, cerca de la sima, en el paraje de Villaciervos. Cuentan que en alguna ocasión les robaban y tal vez a alguno le hicieron desaparecer arrojándolo a la sima.

Era camino o Cañada Real Galiana de Calatayud a Molina de Aragón. Todavía hoy, se pueden contemplar en las rocas algunas huellas dejadas por los carros en su constante paso por estos lugares.

Funerales y enterramientos: El deceso de una persona se convertía en un acontecimiento en donde todo el pueblo se involucraba. Nada más ocurrir el suceso, se avisaba al sacristán para tocar las campanas «a muerto» y poco después la gente llega a la casa del finado a acompañar a la familia y presentar sus respetos. Por la noche se hacen turnos de vecinos a rezar con ellos y relatar historias vividas con el finado, haciendo la velada más llevadera. Al día siguiente, antes del funeral, se acercan a la casa o esperan en la puerta la llegada del sacerdote. Una vez allí, se acompaña en procesión hasta la iglesia y se celebra la misa «in corpore sepulto». A continuación, se dirigían a pie hasta el cementerio de la localidad.

El enterramiento de años atrás se hacía en caja de madera fabricada por alguno del pueblo con cierta maña para la carpintería, ésta se envolvía en una tela negra con decoración de ribete amarillo alrededor y algún dibujo alusivo (una cruz, unos huesos cruzados y calavera). Era costumbre que el séquito que acompañaba al ataúd, fuese haciendo varias paradas antes de llegar a la iglesia y una vez en la entrada se dejase fuera, en tanto se oficiaba la misa de entierro. Incluso hablan de haber visto en alguna ocasión plañideras acompañando al difunto. Había cuatro palos largos para portar el ataúd, denominados andas, con los que luego se hacía la cruz, una vez sepultado en la tierra, para marcar la tumba. A mitad del siglo pasado se empezó a enterrar en panteón y en nichos.

Cuando moría algún familiar se guardaban lutos interminables de cuatro años, de modo que, si había chicas jóvenes en la familia, pasaban toda la juventud de luto riguroso e incluso debían de retrasar bodas y celebraciones.

Se teñían las ropas negras en casa, ponían un caldero en la lumbre con agua a hervir, se añadía el tinte y se metían las prendas dándoles vueltas con unas tenazas, aclaraban las prendas en agua fría y se tendían a la sombra.

A finales del siglo XVIII las Ordenanzas Reales (Real Cédula de 1787 por Carlos III), regulan los requisitos de ubicación para los camposantos, alejándolos de las poblaciones y con unas determinadas características, para evitar epidemias y en aras de una mayor salubridad local. El proceso fue muy lento debido al desembolso que requería, en el caso de Cimballa, no se puede concretar la fecha exacta de su construcción en el enclave que ocupa actualmente.

Moneda: Hasta mediados del siglo XX, el comercio era básicamente de trueque, pastores, panaderos, herreros, cobraban en especie y apenas circulaba moneda, acaso doblillas y duros de plata, que se llevaban a las ferias comarcales en bolsas de piel de gato o de conejo, vueltas del revés, bien atadas y escondidas, dentro de los ropajes. En siglos anteriores se hablaba de dineros, maravedíes, sueldos y perras. No es extraño entonces, que se utilizaran orzas, baúles y diferentes objetos en donde poder ocultar lo ahorrado con gran esfuerzo, en cada familia, y que intentaran guardarlo a buen recaudo en lugares menos accesibles de las casas. Todavía hay personas de Cimballa, que tienen en la memoria haber visto sacar en ballartes (angarillas), las monedas ahorradas en años, cuando se marcharon del pueblo.

Batán: Este paraje debe su nombre a que en este manantial se preparaba el cáñamo para elaborar cuerdas, talegas, mantas para animales e incluso mantas para amasar. Hubo una caseta que albergaba un artilugio de madera, similar al de la ilustración, que estaba formado por una rueda de palas y una especie de martillos, en el que se iba golpeando la materia prima y posteriormente se ponía a secar. En el diccionario Madoz de 1850, viene referido que Cimballa poseía un molino harinero y un batán. Según el «Nomenclátor de los pueblos de España» del año 1858, se nombra un batán/caserío con cuatro habitantes.

BatanElaboración de cáñamo:  El cáñamo es una planta herbácea de tallo recto y fibroso, que requiere terrenos fértiles y húmedos. Su fruto son los cañamones.

Se cultivaban grandes cantidades para el mes de marzo y maduraban a final del verano. La siembra se hacía a voleo como la de los cereales. Las plantas eran sembradas espesas para que los tallos resultaran más finos.

La variedad cultivada era el “cannabis sativa sativa” (cáñamo común industrial, agrario o textil).
El procedimiento consistía en golpearlo o pisarlo hasta separar los tallos del grano, es decir, los cañamones, que servirán de alimento para gallinas o consumo humano.

Con los tallos se hacían manojos o gavillas y se dejaban a remojar, poniéndoles piedras encima, durante días. A continuación, se extendían y se dejaban secar varios días más.

Una vez seco, se machacaba bien con un artilugio de madera, donde se va afinando lentamente y eliminando las partes no utilizadas de las plantas, quedando solamente la fibra. Incluso se las peinaba o escardaba para conseguir separar fibras de distinto espesor.

Se albercaba el cáñamo (poner a remojo) varios días para ablandarlo y poder trabajarlo mejor.  Esta tarea se hacía en el manantial del Batán y también en las albercas situadas en varias fincas.

Dejaban que la fibra se secara al sol y ya estaba lista para escardar. De este proceso se separaba el sobrante para encender los hogares y la mejor parte era la que se llevaba a los telares. En Cimballa hubo varias casas con telares para tejer el cáñamo y todavía las personas de más edad recuerdan el proceso.

El hilado lo llevaban a cabo con la rueca y el huso y hacían las madejas con mucha destreza. Para blanquear los ovillos o madejas se utilizaba ceniza de chaparro y agua que hervían en calderas. Colocaban las fibras, cubiertas con un lienzo, en un coción o en cestas de mimbre y echaban encima la ceniza y el agua hirviendo. Durante una semana se hacían varias coladas al día renovando la ceniza. El agua procedente de las sucesivas coladas se usaba como lejía para blanquear la ropa de cama y mesa.

Con las fibras más bastas se hacían suelas de alpargatas y lienzos para distintos usos: mantas, cobertores, telas para cubrir la masa del pan mientras fermenta. Con las más finas hacían sábanas, camisas, etc.

También tenían aplicaciones agrícolas como la fabricación sogas de cáñamo, talegas, costales, morrales o sacos para las caballerías (se les ponía paja o cereales en su interior para que comiesen). Importante fue el comercio y venta del cáñamo cuando se llevaba hasta Calatayud y allí se fabricaban sogas y cabos de gran calidad que posteriormente transportaban a la costa, para abastecer la demanda en los barcos pesqueros. Para aprovechar el viaje de vuelta, traían bacalao salado, convirtiendo así la ciudad bilbilitana en una zona de aprovisionamiento de este pescado y reparto por toda la comarca.

Había cantidad de tareas en las cuales participaba toda la familia, colaborando abuelos, hijos y nietos y aprovechando los días de menos faena en el campo o en la huerta. Eran necesarias para el desarrollo y culminación del proceso de recolección. Labores tales como:

Desgranar panizo: Se hacía manualmente ayudándose por un «pinocho» (panocha ya desgranada) para hacer fuerza y no dañarse la mano al realizar el trabajo de desgranado.

Varear y (D)esmotar judías o garbanzos: Una vez extendida la parva se procedía a pisar, estrujar y voltear las tástanas, para que dejaran escapar las legumbres. Posteriormente se separaban las vainas vacías del fruto, se barrían y recogían en sacos. La siguiente faena se realizaba al abrigo del hogar, sentados en sillas bajas y sujetando la criba en el halda se procedía a limpiar de pequeños residuos, pajitas, piedrecillas, etc.

Desbayar nueces y almendras: Al ser un trabajo bastante oneroso y en épocas más frías, se llevaba a cabo en los patios de las casas, sentados se pelaban los frutos secos con mucha paciencia y ayudándose con una pequeña navaja.

Coche: El primero fue todo un acontecimiento, gentes del pueblo acudieron al paraje de Valdetajas a ver pasar el primer automóvil. allá por los años treinta. Dicho lugar era una referencia sobradamente conocida, porque en este cruce se tomaba el coche de línea que hacía el recorrido Molina-Calatayud.

Puente del río Molino: Hace años, en dicho paraje, cuentan que no había puente y el río se cruzaba gracias a que se pusieron tres piedras de molino para pasar.

Puente: En el diccionario Madoz, de 1850, se habla de que en Cimballa existió un puente sobre el río Piedra de buena sillería.

Se recuerdan dos puentes sobre el río Piedra, muy artesanales, uno a continuación del otro, que se mantuvieron en pie hasta finales de los sesenta, uno de ellos desapareció en alguna riada debido a su mal estado y el otro fue remodelado completamente con materiales más resistentes:  hierro y hormigón, hasta la fecha. En la actualidad se ha mejorado, pasando a tener el doble de anchura.

Puente de la carretera: Conocido por este nombre. Se situaba a unos dos kilómetros del pueblo. Era un puente alto, de buenas dimensiones y con cuatro torretas en los extremos, unidas por barras paralelas de hierro hueco. Fue sustituido  en los años ochenta, por otro de menos espectacularidad.

Pasarelas: Las construyó el ICONA por los años setenta, durante los años de apogeo de la pesca del cangrejo. Estaban fabricadas en madera de chopo, con pasamanos, cruzaban los tramos más necesarios, favoreciendo la comunicación entre orillas.

Servicio Social: Se estableció en 1937, trataba de que las mujeres durante un tiempo hicieran una formación básica como amas de casa y desarrollaran unas prestaciones sociales. En Cimballa se dedicaron a coser prendas militares y ropa para intendencia. Duraba seis meses, mitad en cada actividad, fue obligatorio para aquellas mujeres que querían trabajar después fuera de casa. En pueblos tan pequeños la labor educativa la ejercía la maestra (alfabetización, higiene, sanidad, religión, formación doméstica).

Cofradías: La más antigua es la Cofradía de los Hermanos de San Roque. Su creación data de finales del siglo XVII, hasta nuestros días. Eran los responsables de preparar la fiesta de san Roque, pagaban las misas, el gasto en velas, la música y un pequeño refrigerio. Cada año el Prior, asistido por tres hermanos más era el encargado de organizar la fiesta.

Antes de la misa del santo, los cofrades van en grupo a la casa del Hermano Mayor o Prior, de allí sacan los palos el Prior y los tres cofrades, dirigiéndose a la iglesia. A continuación, era costumbre reunirse y hacer un convite a los demás Hermanos. Unos días antes de la fiesta, las mujeres de la casa, elaboraban en el horno unas hogazas o bolletes de tamaño mediano, dándoles un sabor característico con anisetes y cañamones; cocían huevos duros (dos por invitado) y disponían lo necesario para que la fiesta fuera un éxito.

En la actualidad asisten a la misa el día de la Virgen y al día siguiente a la celebración de san Roque, portando los palos de la Cofradía. Se reúnen a tomar un pequeño aperitivo, comentando los sucesos ocurridos durante el año y al día siguiente, dedican otra misa por los cofrades difuntos en general y otra más en días posteriores, por cada cofrade fallecido ese año.

Existió también durante un período breve, la Cofradía del Santo Misterio, hacían comida de hermandad y algún acto cultural.

Asociaciones:

Asociación de la Tercera Edad: Se reúnen los socios para celebrar juntos una comida de hermandad. Lleva varios años activa y su sede se radica en el bar del pueblo.

Asociación Gastronómica y cultural Calicaldera: Ha sido fundada recientemente, en el año 2013. 2520_152870914879440_1413257324_n

Organizan  la participación de Cimballa en la  Ofrenda de Flores del día de la Virgen del Pilar en Zaragoza, amén de otros actos culturales y lúdicos a lo largo del año, tales como excursiones, caminatas y comidas de celebración en determinadas fechas.             

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Recipientes:

Con calabazas huecas hacían envases para llevar agua, les ponían un pitorro de caña en la boca y resultaba una cantimplora muy útil cuando se marchaban al campo.

Bien conocidos hasta los sesenta eran los odres (pieles de cabra normalmente) que se utilizaban para llevar y guardar vino.

Alcuza: recipiente de latón en donde se guardaba el aceite.

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Infiernillo

Infiernillo: Utensilio pequeño que se utilizaba como emergencia, para calentar líquidos (agua, leche, etc.) Funcionaba con alcohol y mecha.

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Candiles

Candiles: Objeto de latón en el que se depositaba un poco de aceite y una mecha de algodón y que, colgados estratégicamente en la cocina de la casa, acompañaban con su luz durante las horas nocturnas.

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Palmatoria: El clásico portavelas que se utilizaba al desplazarse por las estancias más oscuras de la casa.

 

Carburo

 

Con el mismo fin se utilizaban las lámparas de carburo, objetos metálicos que portaban combustible del mismo nombre y que iluminaban bastante más y con mayor duración.

Zurrón: Bolsa que solía ser de cuero o de una tela recia, utilizada por los pastores o los cazadores, para llevar la merienda y algún objeto necesario en su tarea.

Morral: Similar al anterior, para llevar objetos y provisiones. Usado por cazadores, pastores y gente del campo. También se llama así, al talego colgado a la cabeza, que sirve para dar de comer a la mula o al burro.

Manta: Utilizada para tapar a las caballerías y suavizar el roce de los aperos y por los pastores y labradores para protegerse del frío y la lluvia.

A principios del siglo XX el mundo rural era un espacio cerrado, en donde la vida discurría trabajando en el campo los labradores y los pastores pasaban todo el día en el monte. Las mujeres encendían el hogar a primera hora para calentar la casa, cocinar y poder planchar. Tenían que fregar los cacharros en el río arrodilladas, también lavar la ropa y transportarla hasta casa en baldes desde el lavadero. Los niños se criaban entre madres y abuelas, en otros casos por alguna tía. Los padres varones, empleaban su tiempo libre cazando y pescando para aumentar la despensa. Los días de fiesta solían hacerse cuando el trabajo disminuía, bien por el invierno, o cuando se habían recogido las cosechas.

Los chiquillos de los años veinte, aprovechaban el día recogiendo abarcas rotas o suelas estropeadas, a cambio recibían alguna naranja como recompensa. También se aplicaban recogiendo boñigas de las mulas, para entregar a alguien que, con una mula y un serón, iba limpiando las calles y gracias a aquel trabajo se abonaban los campos y se ganaban alguna moneda o alimento para ir tirando.

En los hogares, donde había mucha familia y la tierra escaseaba, debían de marchar a buscar jornales o emigrar definitivamente (hubo gente que se fue a Cuba, otros a Argentina). Algunos partieron a Sagunto cuando se estaba construyendo el puerto o a los Altos Hornos de Bilbao. Más adelante cuando se acabó el trabajo tuvieron que regresar y las condiciones eran muy precarias. Los años duros, como en otros tantos pueblos, ocurrieron durante la posguerra con las cartillas de racionamiento y el personal que venía a requisar por las casas, mientras nuestros abuelos escondían todo lo que podían en huecos en las paredes (harinales), debajo de la paja, de los colchones, en las techumbres, etc.

«La grandeza de un pueblo no se mide por el número de sus habitantes,
como no se mide por la estatura, la grandeza de un hombre»

Víctor Hugo